El hacker de la camiseta negra con el lema «there’s no place like 127.0.0.1» estaba seguro: tenía un problema grave de seguridad. Se dio cuenta cuando la chica de la camiseta con franjas de colores, ocho para ser exactos, le pidió su llave digital en el encuentro de intercambio de claves que cerró las jornadas de software libre.
Vio el color de sus ojos antes que los ocho colores de la camiseta. Eran tan oscuros que las pupilas casi no podían distinguirse, las buscó porque era un curioso con pedigrí. Sólo fueron un par de segundos, hasta que se dio cuenta que ella también le miraba fijamente, con ternura, y turbado retiró la mirada. El hacker de la camiseta negra nunca hubiese osado a mirarle los ojos para impresionarla, no había suficiente confianza y era tímido. Pero había pasado casualmente, el impresionado era él y sabía que pronto se enfrentaría a un a un grave problema de seguridad. Regresó, sin demasiada fortuna, al tema de la llave digital.
– ¿Quieres ver mi DNI para asegurarte?
– No quiero verlo.
– Pero cuando te escriba no sabrás si soy yo u otro…
– Lo sabré.
– Vale, al menos muéstrame tu DNI.
– Nunca lo llevo. Los documentos de identidad sólo sirven para cargarse nuestra privacidad.
– Pero…
– Si te escribo estarás seguro que soy yo.
Al despedirse la chica de la camiseta con franjas de colores cogió su muñeca para leer la hora del reloj digital. Marcaba las 10:26 PM:
Cuando llegó a casa el hacker de la camiseta negra firmó todas las claves del GnuPG que había juntado y a continuación descargó el correo. Entró un mensaje cifrado del remitente 8colors. El GnuPG decía que la firma era de confianza, el correo sólo contenía un fichero adjunto, que grabó en el disco para comprobar si era una imagen:
nil@fenix:~/tmp$ file 8colors.png
8colors.png: PNG image data, 278 x 348, 8-bit/color RGB, non-interlaced
Podía abrirla con el programa display -tampoco hacía falta cargar en memoria un editor pesado como The Gimp sólo para ver una imagen. Vio diez ojos, negrísimos, en dos filas: cuatro en la primera y seis en la segunda. Sólo se podían distinguir cinco pupilas. De abajo arriba y de derecha a izquierda, la primera pupila indicaba un 2 en binario, la cuarta 8: la primera fila sumaba 10. En la fila inferior, la segunda pupila significaba un 2, la cuarta 8 y la quinta 16. 2 + 8 + 16 = 26. Era ella. Contestó el mensaje:
el jueves estaré en la install party de can majoral, ¿vendrás?
El hacker de la camiseta negra con el lema «there’s no place like 127.0.0.1» era corto de palabras. Se explicaba mucho mejor con código. Los amigos, conocidos y saludados, ninguno de ellos era un hacker, le decían que acabaría sólo, gordo y alienado. Pero estaba seguro que no era verdad. Ya encontraría a alguien que sabría apreciar su código. Él no era un metrosexual, sino un codisexual. Lo tenía muy claro desde que había hecho una interpretación libre, aplicada a su caso, de la entrada sapiosexual en urbandictionary.com:
«I want an incisive, inquisitive, insightful, irreverent mind. I want someone for whom philosophical discussion is foreplay. I want someone who sometimes makes me go ouch due to their wit and evil sense of humor. I want someone that I can reach out and touch randomly. I want someone I can cuddle with.
I decided all that means that I am sapiosexual»
[Busco una mente incisiva, inquisitiva, perspicaz e irreverente. Deseo a alguien para quién una discusión filosófica sea un juego preliminar. Deseo a alguien que de tanto en tanto me pinche con su ingenio y humor malévolo. Deseo a alguien al que pueda acercarme y acariciar al azar. Quiero alguien en el que pueda cobijarme en un abrazo.
He decidido que todo eso significa que soy un sapiosexual]
Había tenido un par de experiencias, todas habían acabado en un problema de seguridad. Tenía miedo que le volviese a pasar con la chica de la camiseta con franjas de colores, sin embargo le había dicho que estaría en la install party de Can Majoral. No era una cita formal, pero como si lo fuese, el código de las pupilas era una indicativo colosal para dos sapiosexuales. O codisexuales, da igual.
El hacker de la camiseta negra con el lema «there’s no place like 127.0.0.1» no podía tener secretos con la persona que amaba. Por eso, cuando en Can Majoral la chica de la camiseta con franjas de colores –ni siete ni nueve, sino exactamente ocho– volvió a mirarlo fijamente, con ternura, él le dijo que la quería y para demostrarlo le confesó su contraseña de root. Había vuelto a pasar.
Comentarios